Masao Yamamoto
Aurora iba de aquí para allá,
haciendo y deshaciendo a su antojo por toda la cabaña. Parecía que incluso el
aire se apartaba para dejarla pasar, y que todo obedecía a las órdenes de su
ritmo de trabajo. Era como si en lugar de ir colocando las cosas, éstas fueran
saltando por sí mismas hacia donde ella quería. La tetera al fuego, las sábanas
sobre la cómoda, los rábanos desplegados en formación sobre la tabla de cortar…
Todo estaba donde tenía que estar, esperando su turno en la interminable lista de tareas de
Aurora.
Mientras, Yaku seguía tumbado en
la cama, intentando que sus estiramientos sirvieran a su, admitámoslo, no muy
firme propósito de levantarse. El sol entraba por la ventana y le golpeaba de
pleno en la cara, así que al final todos sus movimientos se reducían a intentar
huir de la inminente mañana y la afilada luz. Aunque era inútil, puesto
que las contraventanas estaban abiertas y la mujer no tenía ninguna intención
de volver a cerrarlas, no era menos cierto que Yakusk necesitaba descansar y
ninguno de sus dos compañeros se lo iba a impedir. Ambos tenían mucho trabajo por
hacer, y un joven exhausto y abotargado no sería sino una molestia difícil de
manejar con amabilidad y paciencia.
-Ni lo intentes, hijo. Déjate
estar, que mañana será otro día, y bien largo.- le dijo Aurora de pasada
mientras salía a toda prisa con la humeante taza llena de infusión de romero.
Yaku iba a abrir la boca cuando
se lo pensó mejor. No merecía la pena. Sabía que si hubiese creído necesario
que hiciese algo, aquella mujer lo habría levantado de un soplido y lo habría
puesto en movimiento antes de que pudiera siquiera protestar. Lo mejor en ese
caso era dejarse llevar y descansar, porque, como siempre, Aurora tenía razón,
y al día siguiente desearía sin duda seguir metido en aquella cama.
-Gracias –dijo Thomas al coger la
taza.
Él y Aurora permanecieron en
silencio observando el viejo cobertizo.
-Todos los años igual –dijo ella al
cabo de un rato con una media sonrisa- Mira que me lo propongo, pero nada, no
hay manera.
- No te preocupes, ya me encargo
yo.
- Tendría que haberlo hecho hace
dos semanas, pero la hiedra estaba lista y sin abundante salvia fresca no
podremos hacer nada este año. Además, las vendas…
-Sssshh. Déjalo, Aurora –le
sonrió Tom. Los dos sabíamos que, una vez más, llegaría el día y estaría todo
por hacer. No te preocupes, antes de que caiga la noche el muchacho tendrá su
cobertizo preparado.
El que sería el refugio de Yaku durante
los próximos meses estaba orientado hacia la salida del sol, en dirección opuesta
a la cabaña de Thomas. Tendría unos cinco metros cuadrados, y una altura de
poco más de metro ochenta. Un tamaño perfecto para el chico. Visto de lejos
tenía una apariencia extraña, ciertamente, pero no más singular que si uno lo
observara de cerca. Estaba hecho con los restos de los abedules que sobraban
cada año de la hoguera, unidos por una especie de adobe que Aurora fabricaba
con barro, ramas y hojas secas. El tejado, por su parte, se renovaba año tras año
con la paja de una zona diferente del valle. Esta vez, Thomas había ido a
recogerla más lejos de lo habitual, y había tenido algún que otro problema con
los campesinos de Moretra, pero finalmente le habían dejado llevarse la hierba.
En la pequeña construcción, todo cumplía una función estructural e incluso
espiritual, como decía Aurora, más ninguna estética, al menos no en apariencia. A
la luz del día, parecía que estuviera a punto de caerse, como si acabara de
sobrevivir a un incendio, pero si uno se sentaba fuera y esperaba pacientemente,
los destellos de la noche envolvían el sitio con una luz especial, que dibujaba
sobre sus paredes las formas más hermosas…aunque éstas proyectaran las sombras
más inquietantes. Thomas sabía bien que estas luces y sombras tenían su propio
papel en todo aquello, y que era importante elegir bien el lugar exacto donde
Yaku se vería expuesto a ellas mientras hacía guardia por las noches. Por esta
razón, se tomó su tiempo antes de depositar la piedra que Aurora había desatado
esa mañana de los pies del joven, aquella que habría de servirle de asiento hasta el
otoño.
Había anochecido ya cuando Thomas
terminó de vaciar y limpiar el cobertizo. Se acercó a la cabaña y llamó
enérgicamente a la puerta de Yakusk.
-Muchacho, arriba, cambio de
habitación.
Yaku se despertó sobresaltado y,
a pesar de que todavía le costaba bastante moverse, se levantó todo lo rápido
que pudo. Salió al pasillo y vio las velas encendidas en la cocina. Se acercó
hasta allí y se disculpó por haber dormido todo el día.
-Tranquilo, era necesario para
todos que descansaras. Ven, hijo, esta noche la pasarás ya en el cobertizo.
Al chico siempre le inquietaba
profundamente esa primera noche, era el momento en que de veras tomaba
conciencia de dónde estaba y de que, a partir de entonces, una gran
responsabilidad quedaba depositada en sus manos. Y de que no había vuelta
atrás.
Cogió sus cosas y siguió a Thomas.
En cuanto abrió la puerta del cobertizo, un aire frío salió hacia el exterior y
Yaku sintió que la estancia se vaciaba del todo para él. Respiró hondo y entró.
Tom se despidió desde la puerta y, cuando parecía que iba a cerrarla, se
volvió hacia el muchacho y le dijo con lo que a Yakusk le pareció una mezcla de
ternura y solemnidad:
- Yaku, recuerda que en todas
partes hay grandes y pequeñas cosas sucediendo. Que no nos demos cuenta de ello
no les resta importancia. Simplemente, existen a pesar de nuestra ignorancia.
Igual que nosotros existimos y cumplimos nuestra función aquí aunque nadie más
lo sepa. No lo olvides nunca, y por las noches menos. Que descanses...
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viajeros que han cogido el tren.......